miércoles, 31 de julio de 2013

Más que palabras

"Esta es una cultura que crea espectadores más que lectores. No creo que la imagen y la palabra sean la misma cosa, no creo que tengan la misma función. La imagen entretiene mucho, es a veces más intensa que la palabra, pero muchísimo más efímera y no estimula el esfuerzo intelectual. (...) La pura imagen afecta muy intensamente a la emotividad, los sentimientos, los instintos, pero no la razón, tiende más bien a embotarla. Como espectador recibes algo, como lector tienes que actuar, salir al frente de lo que lees para transformarlo en razones, en ideas, en sentimientos o emociones".

Estas palabras pertenecen al escritor peruano Mario Vargas Llosa (Revista Ñ) y estoy totalmente de acuerdo con lo que significan. Sí, estamos bombardeados por imágenes todo el tiempo: en la televisión, revistas, páginas web. Sí, cada vez se lee menos. 

Por eso, cuando Quintaesencia nace, pensé que debía ser un blog de escritura. Son pocos los blogs de moda que ofrecen el desarrollo de una idea en cada post, y eso es lo que intento hacer: pensar la moda desde las palabras sin depender de las imágenes. Además, como bien dice Vargas Llosa, el acto de la lectura es activo: ustedes participan activamente porque tienen que transformar mis palabras en ideas o sentimientos. Pueden estar de acuerdo con lo que digo o no, pero es necesaria su participación. Me gusta ese ida y vuelta.  

Que no se me malinterprete: no estoy menospreciando a la imagen.  Sin lugar a dudas, las imágenes son parte fundamental del mundo de la moda, pero personalmente, las palabras me reciben mejor, me hacen sentir más cómoda. Reconozco que hay sensaciones que sólo una buena imagen puede generar. "La imagen afecta muy intensamente a la emotividad, los sentimientos", dice Vargas Llosa. Me gusta esa idea: por diferentes razones, existen imágenes indelebles en la memoria de cada uno. 

Decidí que una vez por semana postearé fotos que me representen de alguna manera o me hagan sentir algo. Acompañaré cada imagen con una explicación para que sepan el por qué detrás de las elecciones. Le doy la bienvenida a las imágenes. 




Las flores son el regalo ideal en cualquier momento del año. Me hacen sentir querida, feliz. 
Exaltan mi feminidad. 

Audrey Hepburn fotografiada por Cecil Beaton en 1964. No puedo dejar de desear ese cuello: para olerlo, para tenerlo. Siempre pienso que Audrey debería oler a rosas.


El estilo no tiene edad. Siempre me pregunto cómo me veré cuando sea viejita. Ojalá sea algo parecido a esto. La quiero abrazar fuerte y acompañarla a hacer las compras. 


Un libro cuyo reflejo forma una boca. Linda metáfora: los libros nos besan, nos empalagan e inevitablemente, terminan. 









lunes, 29 de julio de 2013

¿Para quién nos vestimos las mujeres?

Cuando todas las mañanas elegimos lo que usaremos a lo largo del día, ¿tenemos a alguien en mente, alguien a quien queramos impresionar o, al menos, gustar? Yo diría que sí. Se me complica especificar a quién queremos gustar, probablemente a la mayoría de las personas, pero no sé si a alguien en particular.

La ropa es como un escudo que proyecta una imagen de nosotras. A veces esa imagen dice "chica cool, relajada", otras "joven profesional capacitada" y también puede gritar "hoy quiero guerra". Dependiendo del día, de nuestras actividades, elegiremos el escudo que mejor se adapte a la situación.  

Obviamente, no soy la primera que se cuestiona sobre este punto: todas las preguntas ya están hechas, hasta las más tontas. Investigando en la web encontré un artículo en el que se agrupaban las opiniones de entendidos de la moda sobre esta inquietud.

Carine Roitfeld aseguró que ella se vestía para ella ("Cuando te sentís bien con vos misma, te sentís bien con todos"). El fotógrafo Nigel Barker estuvo de acuerdo con la visión de la editora de Vogue Francia, pero Agatha Ruiz de la Prada dijo que en España, las mujeres se visten para los hombres. La diseñadora cubana Isabel Toledo, por su parte, expresó que ella se viste para sí misma, pero que también busca la reacción de su marido, más no su aprobación. La única que considera que las mujeres se visten para otras mujeres es Anne Hathaway, que aseguró que nos vestimos para gustar a nuestras amigas fashionistas

Si esa pregunta me la hubiesen hecho a mí, de repente, sin tiempo para meditar, hubiese contestado que me visto para mí. Es la típica respuesta de una mujer independiente y autosuficiente. Pero si lo pienso, es mentira. Y no tanto. Las incoherencias son parte fundamental de la coherencia de una persona. 

Cuando trabajo desde casa y sé que estoy protegida de las miradas ajenas, elijo mi ropa de entrecasa. Todas tenemos uno: el mío consta de zapatillas de correr, pantalón holgado de gimnasia y un sweater rosa tejido por mi madre. Estéticamente es un horror, pero como cuento con el poder de la invisibilidad, me siento cómoda. Así que no, no me visto para mí. O al menos no exclusivamente. Si así fuese, estaría de tacos y vestido vaporoso haciéndome mates en mi casa. 

Supongo que diferentes mujeres se visten para diferentes personas. Estará aquella que quiere volver locos a los hombres y se ajusta de pies a cabeza, también estará la que se tira todas las tendencias juntas para que las 'entendidas' le presten atención y seguramente exista la mujer que se viste sólo y exclusivamente para sí misma. 

Yo no sé para quién me visto, o mejor dicho, estoy convencida que no siempre es para una misma persona. Si salgo a cenar con mi novio, me vestiré para él. Si voy a trabajar o a una reunión laboral, me vestiré para proyectar una imagen profesional. Si voy a un desfile de algún diseñador, me vestiré para todas esas personas que sé estarán allí, mirando. 

Lo importante, creo, es poder ver reflejada en la otra persona la imagen que intentamos proyectar. Y que te sientas cómoda, claro. 

¿Qué ves cuando me ves?














 

miércoles, 24 de julio de 2013

"Estoy mirando, gracias".

Qué tema el de las chicas que atienden en los locales de ropa. Si entramos y no nos miran siquiera, un revoleo de ojos al menos, nos ofendemos. ¿Cómo puede ser que no nos den la bienvenida? Un 'hola, qué tal' bastaría. Si nos atosigan con la típica y trillada pregunta: ¿Te ayudo?, también nos molesta. Qué dilema.

Personalmente, prefiero siempre que me den la bienvenida y que me dejen tranquila. ¿Falta aclarar que si entro a una tienda es porque quiero ver lo que ofrece? Porque necesitar, lo que se dice necesitar (según la RAE, aquello a lo cual es imposible sustraerse/ carencia de las cosas que son menester para la conservación de la vida), no me pasa. Tengo suficiente ropa como para vestir a un regimiento de chicas huérfanas.  

Como ya dije en un post anterior, el acto de ir a comprar ropa es una actividad que para ser disfrutada, debe cumplir ciertos requisitos. Uno de ellos es, para mí, que las chicas que atienden no sean invasivas. Que nos miren, que estén atentas por si nosotras decidimos indagar sobre los talles, los colores, las estampas, pero nada más que eso.

Ay, cuando te quieren convencer de que te lleves ese sweater con estampa de bulldog francés porque 'se lo llevan todas'. Si supieran que es lo peor que nos pueden decir. Inmediatamente, esa prenda volverá al perchero, ¿para qué quiero algo que lo tiene todo el mundo?

Algo muy diferente sucede cuando salimos de compras con una prenda en mente. Si, por ejemplo, estamos buscando vestidos de invierno y sólo eso, ahí sí, la ayuda de las chicasqueatienden (¿hay otra manera de llamarlas?) es importante porque nos ahorra tiempo. 

Nunca les pregunto ni preguntaré cómo me queda algo porque lo más probable es que mientan y me digan 'pintado, te queda pin-ta-do' sólo porque quieren cobrar su comisión. Obviamente yo me daré cuenta que mi trasero en esa falda parece un globo aerostático, pero ellas me endulzarán los oídos diciéndome que muchas matarían por tener unas pompis tan potentes. Men-ti-ra.

Distinto es que vayamos a una tienda a comprar gafas de sol o lectura. Las personas que atienden saben bien qué es lo que mejor nos quedará según la forma del rostro, el estilo personal y hasta el color de pelo. Me pasó con mis lentes de lectura Infinit y con mis gafas de sol Carla Di Sí. En ambos casos, el asesoramiento fue crucial. 

Algo parecido sucede con los perfumes. Si queremos cambiar el de toda la vida por uno nuevo, es necesario que nos ayuden. Al decirle a la chicaqueatiende cuáles son las notas que nos gustan (cítricas, dulces, amaderadas), ella nos guiará. De otra manera, saldríamos mareadas de la perfumería.  

Sí, estoy mirando. Es mejor que no te acerques. 



¿Recuerdan la escena de Mujer Bonita en la que Julia Roberts le echa en cara a la chicaqueatiende que no la había querido ayudar cuando estaba vestida de prostituta? 
Big mistake, bitch.




lunes, 22 de julio de 2013

La prematura muerte de las tendencias

"Siempre me he presentado como una enemiga de la moda. Los fugitivos caprichos de temporada son un elemento superficial, inestable, que choca con mis sentido de la belleza", sentenció en 1937 la diseñadora Madeleine Vionnet, conocida por sus vestidos de noche ligeros y simples, siempre haciendo uso del corte al bies.

Según el escritor François Baudot, sus diseños atemporales la convierten en la diseñadora de moda más respetada. Pero no me quiero detener en esto, sino en la inevitable fugacidad de las tendencias. Gracias a ellas, el mercado de la moda es uno de los más redituables, y es precisamente su corta vida la que logra este fenómeno. 

Un interesante artículo del diario español El País analiza el nacimiento y la prematura muerte de las tendencias. Allí se explica que una tendencia nace cuando un trendsetter la usa, luego por el fenómeno de imitación social - como bien especifica Frédéric Godart en su libro Sociología de la Moda - esa tendencia baja al público, y una vez que llega a todos, paradójicamente, muere. 

"Las tendencias que tienen mucho éxito, mueren rápido. Los que quieran estar a la última, huirán de ellas porque si ya lo tiene todo el mundo, no es moderno", resume un diseñador español en el artículo. Esto, que parece bastante obvio, no lo es para todo el mundo. Si no pregúntenle a las chicas que aún usan sus remeras con cruces y calaveras.  

Con esto no quiero decir que estoy en contra de las tendencias. Si bien no me compré nada en color neón - simplemente porque no me parece lindo - ni caí en la trampa de la repetida estampa de cruces, la verdad es que me he comprado alguna que otra prenda 'de tendencia' que ahora ya no uso. Un sweater con un tigre, por ejemplo. Me gustan mucho los grandes felinos, me parecen animales muy estéticos, y por eso sucumbí ante la tentación. 

Pero luego de ver que todas, absolutamente todas tenían prendas con una estampa felina, lo dejé de usar inmediatamente. No fue algo pensado, salió naturalmente y con esto no quiero dar a entender que soy una visionaria. Nada de eso. 

Tiene más que ver con estar convencida de que la diferenciación lograda a través de la ropa es uno de los elementos por los cuales amo este mundo. Cada prenda esconde una oportunidad de ser distinta si es usada como nosotros queramos y no como dictan las tendencias.

No quiero verme igual a la de al lado, me aburre, siento que es esconderse, uniformarse. ¿O me van a decir que no están cansadas de ver al ejército de chicas que visten calzas/minifaldas, plataformas ortopédicas y pelo larguísimo (usualmente con las puntas desgastadas)? 

Un pañuelo en la cabeza. Un maquillaje sofisticado un día de semana. Gafas de sol divertidas. Un blazer antiguo con incrustaciones. Mi chaqueta de cuero con flecos. Un sombrero. Una blusa con grandes hombreras y perlas. Unos aros vintage, únicos.

Pequeñas decisiones que me identifican y a la vez, me separan del resto. No quiero ser única, quiero ser yo.



'Esa perra me robó el look' 




La tendencia del tigre probablemente nació de la mano de Kenzo






viernes, 19 de julio de 2013

Yo, mi otro yo y las demás

"Hay diferentes maneras de ser vos misma, ¿no?", reflexiona Betty Halbreich en un artículo del diario inglés The Telegraph. Tiene 85 años, es personal shopper (comenzó cuando nadie sabía que eran necesarias) y en su larga vida fue estilista de Meryl Streep, Sarah Jessica Parker, Joan Rivers y Esteé Lauder, entre muchas más.

Mastico esas palabras, me dan vuelta por unos minutos, y sí, estoy de acuerdo. ¿Podemos hablar de un único estilo personal? ¿O sería más apropiado hablar de los diferentes estilos que conviven y dan nacimiento a otro nuevo: más versátil, camaleónico, transformable? 

Como si fuésemos cubos mágicos en el que cada uno de los seis lados es una faceta diferente de nosotros mismos, los distintos estilos que coexisten nos permiten jugar hasta encontrar la combinación perfecta. Si cambian los cuadraditos de colores - así sean pocos -, todo cambia. 

Pienso en mi/s estilo/s y a grandes rasgos, reconozco tres: uno rockero-glam (mucho cuero, algunas tachas, flecos), otro más elegante y femenino (blazers, trench, camisas blancas, botas con taco, boca roja, mucho negro, accesorios dorados) y uno urbano (ropa cómoda, jeans, borcegos). Tres Lucías en un sólo cuerpo: un estilo que combina con cada ocasión, con cada estado anímico, con cada tarea laboral de esa jornada. 

"Muy poca gente encuentra su propio estilo, y si lo han hecho, ya están cansados de él", agrega Betty. ¿Alguien se arriesgaría a firmar un contrato de exclusividad con un solo estilo? El actual no es el mismo de nuestra adolescencia, ni lo será comparado al que tendremos a los 50. Cambia el cuerpo, las actividades diarias, y con ellos, la ropa que nos acompaña. 

No sé cómo me veré a los 50, lo que sí espero (y deseo) es que aún conserve las ganas de jugar a ser otras Lucías. 



martes, 16 de julio de 2013

Superpoderosa

'Hoy nada va a poder conmigo', leo en una viñeta de la ilustradora Agustina Guerrero. Ella, además de ser muy talentosa y de saber comunicar la neurosis femenina como nadie, es mi prima. Desde el comienzo sigo sus pasos con La Volátil, su alter ego, y la extraño a la distancia, porque hace ya una década se mudó a España. Es también la autora del dibujo de Quintaesencia, ella también me sigue desde el principio. 

La viñeta me inspiró rápidamente. Me puse a pensar en esas prendas o accesorios que logran hacernos sentir superpoderosas, lindas, invencibles. Son las que más usamos, y probablemente, las más gastadas. Las elegimos cuando sabemos que el día nos regala oportunidades que no hay que dejar pasar: una reunión de trabajo, una salida con un pibe que promete, o simplemente para nosotras mismas, por el afán de hacer de esa jornada algo especial. 

En mi caso, son varias las prendas o detalles que me hacen sentir fuerte, como si pudiera vencer cualquier obstáculo. Un blazer negro con hombreras grandes. Un labial rojo, rimmel y un poco de rubor. Unas botas texanas compradas en San Telmo. Unos aros blancos y negros. Un pañuelo multicolor que uso en la cabeza. Mis nuevas gafas de sol de Carla Di Sí. Mi reloj Casio que llevo a todos lados. La chaqueta de cuero con flecos. 

Siempre destaco que para que las compras sean exitosas - ahora que todas las tiendas nos bombardean con liquidaciones invernales - hay tres cosas importantes a tener en cuenta: 1- que la prenda se pueda usar la próxima temporada, 2- que se adapte a nuestro estilo de vida, 3- que nos haga sentir más lindas. 

Personalmente, creo que el último punto es el más importante. Tal vez la prenda que mejor te hace sentir sea una remera blanca de algodón porque destaca tu cuello o tus lolas. Nada tiene que ver la sencillez de la prenda, siempre y cuando logren esa sensación de omnipotencia. 

Es innegable que la ropa que usamos modifica nuestro estado de ánimo. Cuando nos vemos lindas, nos sentimos mejor. Es una regla matemática: no falla. Si no me creen, hagan la prueba: pónganse lo mejor de su placard y salgan a caminar. Seguramente lo hagan con más actitud, con la pisada más fuerte, con la cabeza en alto. 

La sonrisa se escapa fácilmente cuando nos sentimos bellas, y eso es un arma de seducción masiva. 









 



 

sábado, 13 de julio de 2013

Segundo estreno

Tengo prendas en mi placard que aún conservan las etiquetas. Soy una consumidora ávida de ropa, lo reconozco, no me genera vergüenza ni mucho menos. Quizá sí un poco de culpa, más que nada por el dinero que no ahorro. ¿La culpa vendrá de mi lado judío no asumido o de la certeza que no tener un auto propio es porque no dejo de gastar en ropa?

No sólo disfruto de comprar ropa nueva, sino que hace unos años descubrí las ferias y también allí encuentro prendas fabulosas a las que no les puedo decir que no. Comprar ropa y accesorios - sean con etiqueta o con un leve aroma a naftalina - es mi hobby, al igual que oler las hojas de libros y revistas. Y escuchar jazz. Y jugar con mi sobrina Margarita. 

Cuando me compro estas prendas pienso en escenarios y contextos ideales para usarlas. Me digo, por ejemplo: 'Este vestido negro que me saca tres kilos sería ideal para ir al Teatro Colón con mi novio', 'Esta blusa vintage bordada en perlas es la prenda para deslumbrar a mi jefe en una cena de negocios'. 

Escenarios que nunca suceden: es tan improbable que mi novio acepte ir a ver ballet al Teatro Colón como que la empresa en la que trabajo gaste dinero en una cena sofisticada. Pero igual, por las dudas que el destino me sorprenda, las compro. No vaya a ser cosa que en un rapto de romanticismo mi chico decida ir a ver El Cascanueces y yo no tenga nada que ponerme. 

Ahora que lo escribo y me leo, me doy cuenta que probablemente sea porque el contexto no me lo permite que dejo relegadas en el placard a estas prendas que en mi cabeza eran infaltables. Es como si tuviese miedo de quedar desubicada. Lo pienso y me da bronca, me tengo que poner lo que quiera cuando quiera y como quiera. 

Hace unos meses mi madre me mostró algo que yo ni sabía que tenía: un tapado de piel. Me sorprendió porque ella no es coqueta. Ese fue su regalo de 15 de parte de mis abuelos. 'Usalo con cuidado, por favor. Es un recuerdo muy importante para mí', me suplicó. Si bien no me convence que sea de piel, la realidad es que ya no se puede hacer nada al respecto. Digo, el tapado existe, el daño ya está hecho. Sin embargo, la culpa aparece, otra vez. 

Me lo traje de Chacabuco pensando lo divina que me iba a ver en él... y tardé cuatro meses en usarlo. Fue ayer a la noche, que fui al teatro. Aclaro que era un teatro de mala muerte, la sala era diminuta y estábamos sentados en unos cubos incomodísimos. Pero quería usarlo. Ya no me importó evaluar si la situación lo ameritaba o no. Las ganas de sentirlo pesaron más. 

Y así fue que el tapado de piel de mi madre volvió a la vida.   



miércoles, 10 de julio de 2013

Dos veces no me engañan

Me atrevo a afirmar que todas tenemos prendas que nos hacen sentir incómodas. Zapatos con tacos tan altos que nos hacen caminar como una vedette principiante, jeans tan ajustados que corremos el riesgo de que nos vendan en una pollería como matambre, vestidos que no osaríamos usar sin fajas asfixiantes debajo.

En mi caso, si bien trato de usar ropa que me resulte cómoda, sigo usando algunas que me hacen putear a las dos horas de habérmelas puesto. Por ejemplo, una calza color mostaza con apliques de cuero. Es divina, sí, pero el elástico de la cintura me queda tan apretado que cuando me la saco, la marca roja tarda varios minutos en borrarse. 

Ni hablar de los hermosos zapatos estilo retro que me compré en Blaqué y que sólo usé una vez. Las suelas están nuevitas, como las de las zapatillas de los bebés de un año. Esa vez, salí de casa sintiéndome Giselle Bundchen y volví con la sensación de que Lía Crucet se había apoderado de mi cuerpo. Por suerte no me salieron caros, al menos eso. Ojo, no es la culpa de los zapatos, sino mía por pensar que mágicamente los podría lucir sin sufrir. 

¿Por qué hacemos esto? No tengo la respuesta, pero me tiro a la pileta y digo que quizá es porque creemos que si estamos ajustadas o más altas, seremos más lindas. Ya hablé en un post anterior sobre la comodidad, y hoy retomo el tema. Es, para mí, la función que cualquier prenda debe cumplir para que quiera usarla. ¿Serán los años?

Cuando era adolescente no me importaba enfrentar las gélidas noches de Chacabuco (ciudad rodeada de vastos campos, para las que no saben, el frío te penetra los huesos) con minifaldas, sin medias y tacos vertiginosos. Era chica, y lo único que me importaba era parecer más flaca, más alta, sin tener en cuenta las consecuencias - resfríos, dolor agudo en las plantas de los pies -. Ahora veo a chicas que hacen lo mismo y las tildo de locas. 

Si algo bueno tiene el paso del tiempo, es que priorizamos las cosas verdaderamente importantes. Por ejemplo, abrigarnos cuando salimos en invierno. Suena lógico y básico, pero no lo es. Si no me creen, la próxima vez que salgan a bolichear miren a su alrededor y cuenten cuántas chicas están realmente abrigadas. Los dedos de una mano les sobrarán.

Sigo con la idea de verme lo más linda posible, pero si para lograrlo debo aguantarme tener una dureza más en mis pies o sentir que no puedo moverme en un jean, no gracias, paso. Elijo verme lo mejor posible sin tener que sufrir. Nunca creí en eso de que la moda incomoda. 

Bueno, quizá de chica, pero no me engañan otra vez. 

Menos mal que no viví para sufrir el corset


domingo, 7 de julio de 2013

Primer amor

Hay accesorios y prendas que deben ser bien elegidas. Su elección y posterior compra son actos que deberían estar pensados, idealmente teniendo en cuenta las miles de funciones que cumplirán. A menos que seas millonaria y tengas la posibilidad de despilfarrar, entenderás lo que digo. Estoy hablando de los lentes de lectura (igualmente importante las gafas de sol), de la cartera perfecta, del zapato diario y, principalmente, del reloj pulsera.

Nunca fui una fanática de ellos, pero a medida que una crece y con este cambio llegan más responsabilidades laborales, el reloj se transforma en algo necesario. Si bien soy preguntona, no me da ir por la calle interrumpiendo a las personas para que me informen si estoy llegando tarde o no. Y no me hablen de mirar la hora en el celular, no. 

Al ser un accesorio todoterreno, no es recomendable elegir los relojes de tendencia. El año pasado hubo una superpoblación de los relojes Swatch. Los vendedores ambulantes de Once vendían sus copias con el mismo éxito que lo hacían las joyerías oficiales. Venían en varios colores, pero el que más eligieron las argentinas fue el dorado. 

Como todo lo que se duplica en poco tiempo, estos relojes cansaron. Destaco su estilo masculino, una característica que realza la feminidad, aunque se lea como una contradicción. Tengo un reloj masculino, pero es bien de hombre, no una versión adaptada. Cuando lo usaba me hacía sentir poderosa. Pero no le fui fiel, algo no funcionaba entre nosotros. 

Los verdaderos amores nos encuentran, y eso me sucedió con mi actual reloj. Era un fin de semana de invierno en Chacabuco (ciudad en la que nací y crecí) y acompañé a mi padre a una joyería. En la vitrina, escondido, lo vi. Estaba solo, era el único de su especie. Era un Casio dorado, pequeño, delicado y con un marcado estilo retro. Me encontró y no hubo vuelta atrás: sólo me lo saco para bañarme. 

Está gastado, el dorado poco a poco se esfuma. En algún momento tendré que hacer el duelo. Como todo primer amor, sé que los que vengan serán comparados con él. 


jueves, 4 de julio de 2013

Charlas con Karl Lagerfeld

Creo fuertemente en los mentores, esas personas que ya han recorrido un largo camino y que nos guían hacia el lugar donde queremos llegar. La sabiduría que otorga la experiencia es invaluable y que exista la posibilidad de que lo quieran compartir con nosotros, es emocionante.

En mi caso, esa persona - mi mentor - es Javier Arroyuelo, escritor argentino que trabaja en distintos medios internacionales, entre ellos, Vogue Italia, Vogue Paris, Vanity Fair. Es, en mi humilde opinión, quien más sabe de moda en este país. Sus clases son un viaje histórico, artístico y estético y su exigencia profesional logra que el esfuerzo por ser cada vez mejor sea una obligación moral.

Javier conoció a todo el mundo, literalmente. Andy Warhol, Paloma Picasso, Yves Saint Laurent y el mismísimo Karl Lagerfeld han compartido con él cenas, salidas y charlas. A veces, en el medio de la clase, se transporta y nos cuenta alguna conversación memorable que tuvo con estas personalidades. Al pasar, sin ningún otro propósito que compartir ideas interesantes, Javier nos invita a formar parte de ese mundo inalcanzable.

"Los clásicos, para seguir siéndolo, deben ser actualizados en permanencia", le dijo alguna vez Karl Lagerfeld en una charla. Lo anoto rápido en mi cuaderno, no quiero olvidarme de nada de lo que Javier comparte. Y él, a modo de reflexión, agrega: "Lo verdaderamente moderno deviene clásico". Una reflexión que me podría haber llevado largos meses (¿años?), Javier lo resume en cinco palabras. La ventaja de la experiencia, me digo. 

Instantáneamente me pongo a pensar en el vestidito negro (LBD), en la chaqueta y falda que Chanel popularizó, en los jeans. Todas prendas clásicas, inmortales, que siguen vigentes gracias a las nuevas versiones que los diseñadores presentan. 

Basta con mirar la colección Haute Couture de Chanel para comprobar que lo que Lagerfeld afirma, es cierto. Allí se vio el clásico tailleur reversionado, un conjunto moderno que cualquier mujer actual podría usar. Dior, con la dirección de Raf Simons, también presentó una nueva versión del New Look. Las grandes marcas saben cuáles son sus caballitos de batalla. 

Soy una fanática de los clásicos. Las tendencias nacen y mueren, no existe otra salida. Algunas antes, otras languidecen más lentamente. Pero eventualmente, desaparecen. Los clásicos, en cambio, son como esos amigos que no ves por mucho tiempo, pero que cuando lo hacés, siguen haciéndote sentir como en casa. 

Lagerfeld reversiona el clásico tailleur de Chanel


lunes, 1 de julio de 2013

Despedida trunca

Desde el principio, este blog pretende ser un lugar de reflexión. Un espacio propio para que ustedes lean lo que pienso y a partir de eso, puedan concordar o no, puedan apropiarse del texto y hacer con él lo que les plazca. Lo importante, desde siempre, es que los posts tengan un propósito. Para todo lo demás están los otros blogs.

Explico esto para que entiendan el por qué de los baches en la escritura. No siempre tengo algo interesante que decir, por eso prefiero el silencio, que en este caso sería la hoja en blanco. Ya conocen el dicho, 'es mejor quedarse callado y que piensen que sos un tonto, a abrir la boca y que se confirme'. 

En eso pensaba hoy mientras estaba en la redacción del diario en el que escribo sobre moda. Estaba sentada en mi silla cuando me di cuenta que mi jean preferido, ese que a pesar de los años y de los pocos billetes que invertí en él, se está rompiendo. Suavemente, de a poco, como si no quisiera que me dé cuenta, el jean que me salva tanto para ir a trabajar como para salir, se está despidiendo.

Con toda seguridad puedo decir que el jean (el que queda impecable, todas tenemos uno) es la prenda más difícil de encontrar. Esto no sucede con ningún otro ítem del guardarropa, pero el jean, para que sea perfecto, debe cumplir varios requisitos: tiene que quedar bien de cola (lo más complicado, al menos en mi caso), las piernas deben verse estilizadas, la cintura no debe bailar y el color tiene que enamorarnos. Mi jean, el agónico, los cumple todos. 

Frente a la inminente muerte de mi jean de cabecera, tengo que salir en busca de uno nuevo. Tengo varios pantalones en mi placard, demasiados quizás, pero siempre recurro a él cuando la duda ataca. Es como el vestidito negro, como la chaqueta de cuero, como el blazer en media estación: salvador, comodín, todoterreno.  

Me adelanto a la experiencia de compra y sufro. Sé que las piernas se verán bien en algún jean que me pruebe, pero la cintura me quedará grande. Sé que el jean del color perfecto me achatará el enorme trasero que la herencia materna me dio. Ningún jean me quedará como el moribundo. 

Y a pesar de todo, también sé que vendrá otro que lo reemplazará. Eventualmente, encontraré el jean que mejore mis atributos. Mientras tanto, le preguntaré a mi madre costurera si puede enmendar la rotura. Debo reconocer que las despedidas nunca me gustaron. 

Marilyn hace pesas vistiendo jeans