miércoles, 29 de mayo de 2013

Los talleres clandestinos en el ojo de la tormenta

El derrumbe de un taller de costura clandestino sucedido el 24 de abril en Savar, en la periferia de Dacca, capital de Bangladesh, me hizo reflexionar sobre la responsabilidad de los que consumimos moda. Más precisamente, en cómo la avidez de tener lo último fomenta este círculo vicioso de trabajo esclavo.

De acuerdo al último informe oficial, la cifra de muertos de la tragedia de Savar ascendió a 1114, un número que duele demasiado. También hubo 2500 personas heridas. Según informa el Wall Street Journal, al momento del derrumbe, los trabajadores estaban terminando un pedido de camisas de la marca española Mango (MNG).  

El diario afirma que justo antes del derrumbe, dos de las fábricas que funcionaban en este taller ilegal - Phantom Apparels Ltd. y Phantom Tac Ltd. - se apresuraban para completar un pedido de la marca fast-fashion Mango. "El dueño nos dijo que la compañía había perdido 121 mil dólares en pedidos y Mango, al ser un cliente tan importante, era crucial para nosotros. Se les ordenó a los trabajadores que no perdieran ni un sólo día de trabajo, ya que estábamos perdiendo mucho tiempo por la inestabilidad política", cita el WSJ a un sobreviviente. Además, el diario agrega que los dueños desoyeron las advertencias de una grieta en el edificio. 

Pero no hace falta mirar a otros países para denunciar al trabajo esclavo en los talleres de costura. En la Argentina también existen miles de estas bombas de tiempo. La fundación La Alameda se encarga de denunciar a marcas nacionales que hacen la vista gorda sobre las condiciones de trabajo de sus costureros. Las primeras diez marcas que La Alameda denuncia (hay más de 100) son: Kosiuko, Montagne, Le Coq Sportif, Rusty, Graciela Naum, Portsaid, Coco Rayado, Awada, Akiabara, Normandie. 

¿Cuán responsables somos los consumidores de perpetuar este círculo vicioso? Es una pregunta difícil de responder, ya que uno se guía por la relación calidad-precio o mejor dicho, estética-precio. Usualmente, las marcas como Zara o H&M ofrecen diseños que siguen las últimas tendencias a muy buenos precios. La tentación es enorme, y debo confesar que muy pocas veces me puse a pensar en el origen de la prenda. Pero lo sucedido en Bangladesh despertó mi curiosidad y alimentó mi sentido de responsabilidad. 

Los consumidores no somos los culpables, sólo somos uno de los tantos actores que hacen girar la rueda demoníaca del trabajo esclavo. Los responsables son los dueños de las marcas y de los talleres esclavos. Y el Estado, claro, que juegan a ser ciegos. ¿Podemos, como consumidores, hacer algo al respecto? Claro que sí: concientizar a los demás, hacer correr la voz, pensar qué estamos comprando, de dónde vino, apoyar a las marcas que tienen todo en orden y cuidan a sus trabajadores.








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